Oliverio Martinez Cepedal es profesor de filosofía

Esta juventud está malograda hasta el fondo de su corazón. Muchos jóvenes son malhechores y ociosos. Jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura
Inscripción en vaso de arcilla, Babilonia más de 4000 años.

Una de las primeras inscripciones de las que tenemos constancia histórica son los lamentos de un padre sobre la actitud díscola de su hijo y de los jóvenes en general. Leyendo esta vasija podemos llegar a la conclusión de que siempre ha existido cierta controversia entre generaciones, nihil novi sub sole. Volviendo la mirada al presente, los jóvenes en los recientes días de pandemia se encuentran en el epicentro del debate mediático, son los irresponsables adolescentes y postadolescentes señalados como culpables de los rebrotes, son sus conductas de riesgo las que están llevando al país a una nueva crisis sanitaria y a una ya definitiva crisis económica. Nada de hablar de puestos de trabajo precarios donde se extiende el Covid-19, nada de hablar de barrios obreros con deficiente atención médica.

Los jóvenes ciertamente son un importante vector de contagio, debido a su capacidad de socialización que los convierte en el núcleo de campañas de concienciación y en el núcleo de la actividad mediática. Todas estas acciones parece que van más allá de las recomendaciones sanitarias. De hecho lo podríamos interpretar desde una perspectiva más amplia.

La estrategia mediática y política tiene en los días actuales grandes valedores, tendente a crear un “nosotros” entre facciones separadas, una solidaridad orgánica contra un “ellos” despersonalizado. Los jóvenes son un “ellos” difuso al que se le culpabiliza rápidamente con la principal misión de crear un “nosotros” unido, responsable y solidario. Solo hace falta cambiar los términos anteriores por españoles, inmigrantes, patriotas, emprendedores, okupas, gente que madruga…los términos cambian pero la estructura es la misma.

El “ellos” se convierte en el vecino o en el primo díscolo, así es como empieza. Los problemas sociales se convierten en problemas individuales de conducta y en problemas psicológicos, cuando en realidad son problemas de orden social.

Por ello, a la hora de examinar la naturaleza de los rebrotes nos ocupamos de buscar culpables y no de intentar comprender el problema en toda su amplitud. Buscamos cabezas de turco para que no quede a la vista nuestra incapacidad como sociedad y como comunidad de no haber ofrecido una respuesta viable y segura al ocio.

El impacto del covid en la enseñanza

Volver a la frivolidad

El filósofo Max Scheler afirma que los valores son bipolares: valor positivo y valor negativo. Los juicios de valor críticos poseen cierta bipolaridad. Así podemos hacer juicios de valor críticos y orientar nuestra conducta ética, pero del mismo modo también nos pueden inducir juicios de valor desde los propios medios informativos. Parece que esta última es la tendencia dominante, mayormente por la gran influencia de los medios de comunicación y las redes sociales plagadas de bots con influyentes memes.

El modo de vida capitalista arroja un entramado de valores que entretejen nuestras relaciones sociales y políticas. De este modo encontramos fuertes contradicciones culturales en la presente pandemia. Es decir, al mismo tiempo que se promociona el “self made man” como el hombre hecho a sí mismo “Don Amancio y emprendedores varios” podemos encontrar a rentistas arrojados al consumismo patológico, todo a la vez.

El filósofo alemán Peter Sloterdijik nos recuerda que una de las claves para que el sistema capitalista perviva es que “vuelva la frivolidad”. Se debe reactivar la economía, pero al mismo tiempo hay que mantener una serie de precauciones y de mesuras que impidan que el virus se propague. Esto es, a la vez que precisamos de la frivolidad necesaria para consumir y así reactivar la economía de un país basado en el sector servicios; debemos mantener cierta moderación para no realizar conductas de consumo con alta exposición al contagio.

No hay manera de satisfacer totalmente y al mismo tiempo esos dos valores opuestos, en todo caso solo podemos realizar conductas de grado, no hay riesgo 0, no hay recuperación económica sin contagio.

Las contradicciones entre economía y salud nunca fueron tales. El capitalismo no es un sistema económico exento, no funciona mecánicamente con sus propias reglas áureas y los seres humanos no lo habitamos como entelequias que lo repiten dentro de sí: el capitalismo se basa en las relaciones humanas. El ser humano, al producir su propia existencia conforma una realidad determinada y parte de esa realidad es la economía. Pero también esa propia realidad está inserta en un medio ecológico en el que encontramos escasez de recursos, contaminación, zoonosis y por supuesto virus.

Youtubers o profesores

La democracia griega se apoya en dos ideas fundamentales, “isegoría” e “isonomía”. La “isonomía” era la igualdad ante la ley y la “isegoría” igualdad en el “ágora”, algo así como lo que hoy llamamos libertad de expresión. Esas dos ideas son dos pilares fundamentales de la democracia ateniense. Pero se debe de añadir una tercera concepción fundamental, la templanza o “sofrosine”, a saber la virtud de la moderación. Así pues, una de las claves de la democracia ateniense era combatir al otro, al adversario, pero desde la moderación, esa moderación estaba engranada necesariamente con la libertad de expresión y la igualdad ante las leyes. La “isegoría”, la “isonomía” y la “sophrosine” conformaban un entramado cultural y político capaz de sostener el sistema democrático ateniense durante décadas.

Ahora entendemos por qué Aristóteles entendía que para mantener la armonía en la polis la educación era una responsabilidad ineludible de la comunidad, del Estado. La educación servía para crear buenos ciudadanos debía basarse en la igualdad y fomentar la generosidad, la solidaridad y la creatividad. Para desarrollar esta educación comunitaria, la polis, actualmente el Estado, establece la educación universal a través del artículo 27 de la Constitución, la comunidad educa a los jóvenes, es una labor de la polis, de todos, no de las familias en exclusiva.

Dicho esto, podemos afirmar que los diferentes gobiernos hasta la fecha han entendido la educación desde otro prisma muy diferente. La educación es principalmente formación de mano de obra cualificada e institución para conciliar con la vida laboral.

Los contenidos educativos que se centran en la formación cívica, política y ética ocupan un espacio residual y además son mirados con cierto recelo por diferentes facciones políticas. Los resultados son obvios, cuando la sociedad exige responsabilidad cívica en pos de un bien común, ni siquiera sabemos lo que es, y si lo sabemos no tenemos una práctica crítica autónoma capaz de desarrollarla, a eso se refería Kant con el “sapere aude”.

La sociedad actual huérfana de la “sofrosine”, de la templanza, empuja a los jóvenes a la frivolidad consumista, los jóvenes no cuentan con un marco de ocio seguro con el que poder abordar la situación actual. Pongamos un ejemplo, Islandia en 1998 con su programa “Juventud en Islandia” lograba apartar a su juventud de conductas de ocio basadas en el consumo de alcohol, cannabis, etc… El programa consistía en una intervención activa donde las actividades extraescolares eran subvencionadas por el Estado, al mismo tiempo que los padres recibían una importante formación por parte de terapeutas y psicólogos de cómo abordar la educación de un joven, ¿se imaginan un programa así de ambicioso en España?

Ante la falta de todo esto, ¿qué hay? Hay una creciente colonización de los espacios dedicados a la crianza y a la educación por parte de grandes plataformas de comunicación y entretenimiento. Los jóvenes están en Instagram, Twitter y ven YouTube, Netflix…las estadísticas nos dicen que los niños piden su primer smartphone a los 7 años, y a los 11 el 50% ya lo tienen. El smartphone y la tablet no son solamente herramientas que dándole el uso adecuado favorecen la educación del joven, son también por el contrario artefactos tecnológicos que orientan desde el principio hacia una ideología individualista y consumista, el joven en lugar de reforzar lazos comunitarios con sus abuelos y con el resto de la comunidad se relacionan entre sí a partir de la tecnología, ni tan siquiera se da una utilización compartida de la tecnología, la generación de la TV veían los programas familiares juntos, ahora el abuelo debería de jugar al Fornite y el joven ver la televisión regional.

Los youtubers son los encargados de dar el mensaje de mesura cívica a los jóvenes, no los profesores, no las familias, los influencers hacen las recomendaciones y al minuto intentan vender un producto. Es decir, en un mismo clip un juicio de bien común, de sacrificio cívico y después una opción de compra basada en la frivolidad consumista individualista, pocas veces un ejemplo muestra tanto con tan poco.

En próximas fechas arranca un curso educativo distinto a los anteriores, ha tenido que venir una pandemia mundial para que la sociedad fijara su atención en la educación, ha tenido que ocurrir una tragedia nacional para que las diferentes autonomías traten de bajar las ratios profesor/alumno y de equipar en la medida de lo posible a los institutos de los medios tecnológicos necesarios. Quizás sea un buen momento también para replantear si la educación además de producir mano de obra cualificada y ser la principal vía de conciliación laboral, debe primeramente generar ciudadanos conscientes de los valores cívicos que los constituyen como comunidad, valores cívicos necesarios como la solidaridad y la generosidad…La otra solución sería reeducar a los youtubers y contemplar como en sus canales hablan de las virtudes de los 7 sabios, pero en eso vamos tarde.

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