Nacho Muñiz  es coordinador de los ciclos de cine de la Sociedad Cultural Gijonesa

El reciente estreno de Star Wars IX, última entrega (ojalá, no lo creo) teórica de la interminable saga de batallitas interestelares, nos trae a la memoria aquellos finales de los 70 –la primera “Guerra de las galaxias” se estrenó en 1977- en que se produjo una artística y económicamente cruenta lucha por el poder en un Hollywood que intentaba renacer de sus cenizas, tras dos décadas de lenta pero imparable decadencia. A un lado teníamos los nuevos midas del cine espectáculo/familiar, con Spielberg haciendo su ruidosa aparición comercial con “Tiburón” (“Jaws”) en 1975, al que se unió dos años después George Lucas con la saga de marras, por no hablar de “Superman” (1978). Al otro, un puñado de directores que aún creía en la posibilidad de triunfar con un cine adulto y artísticamente ambicioso, como Scorsese, Cimino y, especialmente, el que entonces firmaba como Francis Ford Coppola. El director de las monumentales “El Padrino” (I y II) y “Apocalypse Now” (1979), junto a joyas aparentemente más modestas como “La conversación” (1974), decidió afrontar un reto titánico: resucitar el Hollywood dorado de la era de los estudios y volver a levantar una gran productora que tuviera personal técnico y artístico bajo contrato y se dedicara a la producción continuada de películas; por si esto fuera poco, el cine que saldría de esta fábrica de sueños, llamada American Zoetrope, combinaría la comercialidad con un alto nivel artístico. Por así decirlo, una feliz fusión entre lo mejor del cine americano y del europeo o asiático, que tanto admiraba esta generación de directores provenientes de una cinefilia acérrima. Entre los nombres no americanos que dirigieron películas para el estudio encontramos nada menos que a Godard, Kurosawa, Syberberg o Wim Wenders.

Desgraciadamente, los agoreros que veían en este proyecto una exhibición de locura megalómana no tuvieron que esperar mucho para asistir a su defunción; con la llegada de la nueva década la siempre delicada salud económica de la Zoetrope se hundió con el colosal fracaso del musical de Coppola “Corazonada” (“One from the Heart”, 1982), en la que el incontrolable genio se empeñó en gastar unos 25 millones de dólares de entonces para recaudar en el estreno apenas un mísero millón. El tiempo y el esfuerzo que Coppola dedicó a este film maldito perjudicó, además,  el desarrollo de otras películas que se estaban produciendo simultáneamente, como el “Hammett” de Wenders, que acabó como el rosario de la aurora. Apenas dos años después, en 1984, Coppola sacaba a subasta pública lo que quedaba de aquel sueño llamado Zoetrope.

No fue el de Coppola el único en hundirse; Michael Cimino, que tanto prometía tras “El cazador” (“The Deer Hunter”, 1978), se embarcó en otro proyecto épico, en este caso un “superwestern” (el western total y definitivo, la culminación del género). La película se llamó “La puerta del cielo” (“Heaven’s Gate”, 1980), costó 44 millones y recaudó tres; la United Artists colgó el cartel de “cerrado por bancarrota” y fue adquirida por la Metro.

El final de esta historia lo conocemos todos: Hollywood se olvidó de revoluciones artísticas y se puso a fabricar en serie guerras galácticas, marcianitos simpáticos, dinosaurios, terminators, conans y demás engendros, acompañados de millones de muñequitos y `parafernalia diversa. Los cines se convirtieron rápidamente en lugares de encuentro de adolescentes y el público adulto –a la vez que los creadores más inquietos- se acabó refugiando en las series de televisión. Mientras, Coppola, Cimino, Scorsese y alguno más volvieron al redil y continuaron sus carreras, algunas más brillantes que otras, sin salirse de la tutela de la ortodoxia comercial.

Lo más irónico lo dejamos para el final. Al hablar de Zoetrope más arriba, no mencionamos que el estudio tenía un cofundador junto a Coppola: un tal George Lucas, al que su amigo le había producido sus primeras películas, hasta que decidió pasarse al lado oscuro.

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